El vestido Fortuny que Albertine lucía esa noche me pareció la sombra tentadora de esa invisible Venecia. Estaba totalmente cubierto de motivos arabescos, como Venecia, como los palacios ocultos de Venecia, como las maneras de las sultanas tras un velo perforado de piedra, como las encuadernaciones de la Biblioteca Ambrosiana, como las columnas cuyos pájaros orientales que simbolizan alternativamente la muerte y la vida, se repetían en el brillo de la tela, de color azul intenso, que, a medida que mis ojos la penetraban se transformaba en oro maleable, con las mismas transmutaciones que, al pasar las góndolas, cambian el metal ardiente en el azul del Gran Canal. Las mangas estaban forradas del rosa cereza tan típicamente veneciano, que se denomina rosa Tiepolo.

A la búsqueda del tiempo perdido Marcel Proust

La nuestra es una historia de curiosidad y genio creativo que inició en 1871 en España, en Granada. En esta ciudad andaluza de atmósferas orientales, que se remontan a la época de la dominación árabe, nació el que después sería conocido como el Leonardo da Vinci del siglo XX. Mariano Fortuny, hijo del artista homónimo y de Cecilia de Madrazo y Garreta, heredó de su padre la pasión por la pintura, pero sus múltiples talentos se manifestaron en las artes aplicadas.

Después de una infancia marcada por la muerte prematura de su padre y en la que vivió en París, Biarritz y Madrid, se instaló permanentemente en Venecia, en el palacio Martinengo, con su madre y su hermana Luisa. Entre 1898 y 1906 compró el palacio Pesaro degli Orfei en San Beneto. Fue precisamente en la planta superior de este edificio, donde vivió con Henriette Negrin, a la que conoció en París en 1902 y que estaba destinada a convertirse en su musa y esposa, donde inició su aventura en el campo textil. Henriette compartía los cánones estéticos y las pasiones de su esposo y realizó los primeros experimentos estampando con matrices de madera para crear el chal Knossos. Según aparece en la nota al margen manuscrita que figura en la patente, Fortuny reconoció que su esposa era la auténtica diseñadora de la túnica Delphos, inspirada en el chitón iónico de la Auriga. El palacio Orfei se convirtió en su taller, el lugar donde nacieron sus revolucionarias creaciones, piedras angulares de la historia del diseño y la moda, y donde sus amigos y clientes se reunían.

La tela plisada, la bóveda plegable, las lámparas de seda, un sistema de estampado multicolor, un dispositivo que varía la intensidad de las fuentes de iluminación – el primer interruptor de regulación de la luz – y un nuevo método para grabar placas fotográficas: la creatividad de los dos artistas se manifestó de diferentes formas a lo largo de los años, pero siempre fue expresión de una curiosidad ilimitada que los animaba a buscar sin cesar nuevas soluciones para obtener nuevos resultados.

Mariano Fortuny murió en 1949. Sola e incapaz de dirigir la fábrica de la isla de Giudecca, donde se estampaban las telas de algodón con las máquinas que había diseñado Mariano, Henriette la vendió, al igual que los derechos de la marca relativos al algodón y a los papeles pintados. No obstante, conservó los derechos para la elaboración de los terciopelos y sedas que se realizaban en su taller del palacio Orfei, donde siguió produciendo varios años con sus trabajadores.

Fue el viaje de una vida, de Granada a Venecia. El legado creativo de los artistas parecía haberse perdido, pero un joven veneciano curioso, que visitaba con frecuencia el palacio Fortuny, convertido ya en museo, saco a la luz los secretos de sus maravillas: lámparas, difusores, vestidos de seda y terciopelo…

Estos mágicos objetos, que lo habían dejado fascinado, debían ser admirados por todos, no podían desaparecer con sus creadores. A la vista de un tesoro semejante, el entusiasmo por el descubrimiento aumentó. Durante meses, este joven y varios colaboradores hojearon las notas del «mago» y observaron cuidadosamente los pliegues de las prendas buscando sus secretos más recónditos para poder reconstruir un taller que conservara sus tecnologías y métodos. En 1984 se perfeccionó por fin el procedimiento de plisado, de forma que fue posible volver a crear complementos y prendas. Así fue como Lino Lando volvió a fundar el taller del palacio Orfei de Venecia y retomó la producción artesanal de lámparas, ropa de seda y terciopelo y perfumes.

La colección Studio 1907, integrada por los famosos difusores que diseñó Mariano Fortuny, es uno de los productos que se proponen. Estos objetos de diseño, elegidos por los arquitectos y los decoradores de interiores de todo el mundo, son los primeros ejemplos de lámparas con luz difusa, que aún no han sido superadas en tecnología y elegancia, y que son adecuadas para interiores clásicos, modernos o de vanguardia.

Por último, aunque no menos importante, la empresa produce artículos de decoración como cojines y tapices con la marca Delphos.

Cada producto es una obra maestra de artesanía. Las famosas lámparas de seda y los vestidos de inspiración griega siguen diseñándose, pintándose y plisándose a mano con el mismo cuidado con el que lo hacían Mariano Fortuny y Henriette, cuya valiosa herencia artística sigue viva gracias al Fortuny.

Logo Atelier Fortuny Venezia